Sócrates y la actitud filosófica
Guillermo Gómez Santibáñez
Universidad Politécnica de Nicaragua
“Una
vida sin búsqueda no merece vivirse” (Sócrates)
En
medio del ambiente que envolvió al movimiento sofista emerge el genio
extraordinario de Sócrates, (469-399) figura que de manera indiscutida se
transformará en inspiración y maestro de los más connotados filósofos griegos
del llamado “Siglo de Oro” de la filosofía (s. V-IV a.C.).
Dos
puntos de contradicción surgen sobre la figura de Sócrates y que dan origen a
lo que dentro de la academia se denomina “el problema socrático”. Tenemos por
un lado que sus discípulos establecieron por escrito una serie de doctrinas que
se le atribuyen, elevándolo hasta la exaltación, como es el caso de Platón en sus
Diálogos. Jenofonte ve en Sócrates nada más que al ciudadano honorable y justo,
en cambio, otros como Arisatófanes, lo caricaturizan. Lo cierto es que Sócrates
ha ejercido a lo largo de la historia del pensamiento una influencia
extraordinaria y ha sido elevado al nivel de símbolo para las generaciones
venideras. Por otro lado, frente a la pregunta ¿Quién fue Sócrates? no existen
datos objetivos sobre su persona por cuanto no hay manuscritos del maestro.
Sobre su doctrina no se puede afirmar con certeza nada. Su enseñanza se limitó
a la exposición oral y por lo tanto se carece de elementos objetivos que
garanticen la autenticidad histórica de su pensamiento. Los diálogos socráticos
de Platón nos dejan en la inexactitud de saber cuáles de las doctrinas que pone
Platón en la boca de Sócrates son propias y cuáles las de su maestro. Por su
parte Jenofonte, que es otra fuente, no le atribuye ninguna doctrina y
Arsitófanes lo ubica como un sofista y le atribuye algunas doctrinas de los
presocráticos.
Si
Sócrates fue o no un personaje “real”, o fue acaso una creación
mítico-literaria de Platón, no es un asunto de fácil solución. El punto es que
sobre Sócrates, no hay “documentos” sino “interpretaciones” y la cuestión de su
precisión histórica será siempre un tema abierto.
Sin
embargo, los estudiosos hoy día han establecido un criterio conocido como
“perspectiva del antes y después de Sócrates” y que viene de alguna manera a
remediar las investigaciones socráticas en crisis. De acuerdo a esta
perspectiva, resulta de mayor probabilidad referir a Sócrates las doctrinas que
la cultura griega recibe cuando Sócrates ejerce su enseñanza en Atenas, antes
que la elección de las diversas fuentes que existen. Desde este punto de vista,
la filosofía socrática adquiere un nuevo vigor y un notable influjo en el
desarrollo del pensamiento griego.
De
la acumulación de los “materiales histórico” que se conservan en la tradición
filosófica occidental respecto a Sócrates, podemos extraer algunos datos que
nos permitan sistematizar las principales ideas en torno a la filosofía
socrática.
Sócrates
es uno de los creadores de la gran tradición filosófica occidental y es como el
paradigma ideal del quehacer filosófico. Nació en Atenas alrededor del 470
a.C., su padre, Sofronisco, fue un escultor y su madre, Fenárates, desempeñaba
el oficio de partera. Dos actividades, que combinadas servirán más tarde para
decir que Sócrates esculpió el
carácter de los jóvenes atenienses y ayudó a dar a luz a la sabiduría.
El método socrático
Aunque
Sócrates no es un sofista, sin embargo, en algún sentido se parece en la forma
pero no en el fondo; cuando recorre las calles de Atenas interrogando por la
verdad de las cosas a todo aquel que se cruza en su camino. Las preguntas de
Sócrates a sus interlocutores pretendía poner en evidencia que las más de las veces las respuestas no parten del
ejercicio de la razón sino de la autoridad o por la memoria, divagando en
respuestas huecas. Con Sócrates la filosofía se ve obligada a su fecunda tarea
bajo un método basado en el “Diálogo” y que se halla vinculado al desvelamiento
de la esencia del hombre, de tal modo que éste se despoje consciente y
enteramente de la ilusión del saber. Sócrates es el filósofo del Ágora y como
tal dialoga en la plaza pública creando las condiciones idóneas para acogerla
verdad.
El
giro socrático de la filosofía hace que ella se centre sobre el conocimiento
interior del hombre y la vida de este mismo en la ciudad:
“Nada me enseñan la tierra y
los árboles, sino los hombres en la ciudad” (Fedro 230 d)
En
Sócrates la filosofía se entiende como una búsqueda colectiva y en diálogo,
tratando de dar respuesta a uno de los problemas cruciales de aquel momento: la
ética. Para esto, el método socrático se valdrá de dos
momentos: en primer lugar la ironía,
que consiste en el arte de hacer preguntas recurrentes; recordándole al
interlocutor las deficiencias de fundamentos racionales que sustentaban las
creencias anteriores. La ironía tiene la intención de hacer reconocer a los
demás su propia ignorancia. Desde el punto de vista pedagógico es un estímulo y
una exhortación a la reflexión crítica sobre los asuntos humanos. En
segundo lugar, está la mayéutica, (gr. mayeuomai:
dar a la luz) palabra que proviene del oficio de Fenárates, madre de Sócrates,
que era partera, y que consiste en hacer preguntas de tal modo que el
interlocutor descubra la verdad por sí mismo.
Debemos
dejar bien claro que el objetivo del método “dialectico” de Sócrates es
fundamentalmente de naturaleza ética y educativa, es decir, no busca otra cosa
que dar cuenta de la propia vida, es un examen del alma, es decir, un examen
moral.
Un
testimonio Platónico refiere:
“Cualquiera que se encuentre cerca de
Sócrates y que se ponga a razonar junto con él, sea cual fuere el tema que se
trate, arrastrado por los meandros del discurso, se ve obligado de un modo
inevitable a seguir adelante, hasta llegar a dar cuenta de sí mismo y a decir
también de qué forma vive y en qué forma ha vivido, y una vez que ha cedido,
Sócrates ya no lo abandona”
La ignorancia socrática
De
acuerdo a los diálogos de Platón (Apología
de Sócrates), Querefonte, un amigo de juventud de Sócrates, subió al templo
de Apolo en Delfos, -en cuyo frontispicio estaba inscrito el axioma: “Conócete a ti mismo”- y se atrevió a
consultar al Oráculo con el fin de saber si había entre los hombres alguien más
sabio que Sócrates. La respuesta de la pitonisa del templo fue: “Nadie”.
Al
conocer la respuesta; Sócrates decide averiguar el sentido de ella y se da a la
tarea de visitar a los más sabios de Atenas. Luego de recoger sus respuestas
descubre que se tienen por sabios pero en verdad no reconocen su ignorancia.
Concluye entonces:
“Yo soy más sabio que él. En efecto,
cada uno de nosotros cae en el peligro de no distinguir lo bello y lo bueno,
pero mientras él cree saberlo, yo sé que
no lo sé, ni creo poder lograr saberlo. Por este motivo me parece que soy,
en algo, más sabio que él” (Apol. 21)
El
punto de arranque de la filosofía de Sócrates es el reconocimiento de la propia
“ignorancia” (nesciencia). El que
cree que “sabe lo que no se sabe” es para Sócrates un ignorarse a sí mismo,
impidiendo toda reflexión acerca del hombre y su valoración moral. “Conócete a
ti mismo”, que se ha conocido como un aforismo socrático, no debe entenderse
más allá de una recomendación socrática, de corte ilustrado, respecto a que el
hombre se ocupe de su propio perfeccionamiento moral basado en un análisis
crítico de sus conocimientos. “Saber que no se sabe es, o sea, adquirir
conciencia de tu fin y de tus faltas reales es la primera sabiduría verdadera
Para Sócrates, ponerse a sí mismo como problema, es decir examinarse y tener
conocimiento de sí mismo, es base propedéutica para una indagación y propicia
un programa filosófico por excelencia que impulsa al hombre a buscar su
formación personal bajo una perspectiva ética que garantiza el auténtico saber.
Con
esto, Sócrates pone de manifiesto que la primera condición de todo filosofar es
la conciencia de la propia ignorancia y deja abierto el camino hacia el fecundo
aprendizaje.
La moral socrática
Mientras
los presocráticos colocaban al ser humano dentro del sistema de coordenadas del
cosmos, Sócrates desplaza el cosmos al sistema de coordenadas del hombre a fin
de encontrar la unidad en la multiplicidad. La investigación socrática se
refiere a la vida humana y en torno a ella girarán las conversaciones,
indagando sobre la piedad, la justicia, la belleza, el bien, la felicidad. El
conocimiento de estos temas no tenía un afán contemplativo ni especulativo,
sino que buscaba el perfeccionamiento moral de las personas.
Para
Sócrates la verdad se identifica con el bien moral, esto significa que quien
conozca la verdad no podrá menos que practicar el bien. Saber y virtud
coinciden por lo tanto quien conoce lo recto actuará con rectitud y el que hace
el mal es por ignorancia. A esta doctrina socrática, de carácter racionalista,
se le ha denominado “intelectualismo moral”.
La
ética socrática se interesa en el conocimiento de la virtud para practicarla en
beneficio de la polis. Podemos
señalar por lo menos tres rasgos característicos: felicidad, virtud, ciencia y el bien; esto último es lo que hace feliz al hombre y resulta de los
tres anteriores.
a)
Felicidad: (eudomonia) Para Sócrates la felicidad es el último bien del hombre
y se logra con la práctica de la virtud. No se trata de la felicidad lograda de
los placeres sensibles y fugaces, sino aquella serena y estable que proviene de
la contemplación de la verdad y que se logra con la práctica de la virtud.
b) Virtud: (arete) La virtud se identifica con la sabiduría en cuanto capacidad de autodominio o gobierno de sí (enkratéia), constante, metódica y que resulta de la conquista del espíritu mediante la inteligencia y la voluntad unidas recíprocamente. Debemos sumarle a esto la templanza (sofrosine) entendida como equilibrio, serenidad, moderación, vieja expresión que sirvió a los antiguos pensadores como Sócrates, para no dejarse arrastrar por el poder. Los sofistas, a quienes el pedagogo de Atenas contrapunteo, tenían el afán de poder y dominio; la ética socrática, en cambio, representa la posibilidad humana de una praxis específica que convierta el afán de poderío en la fuerza que transforme la propia naturaleza en naturaleza ética. De este modo la vida socrática, no busca el poder ni el dominio de los demás, no pretende adquirir cosas, ni vencer un destino externo. Más bien renuncia a todo signo de poderío y posesión, e incluso, si fuera necesario, renuncia a la vida misma en beneficio de la virtud y el honor moral.
c) Ciencia: Es saber, pero un saber obrar bien. La virtud y la felicidad son una misma cosa y la virtud en el hombre consiste en no ser más que lo que hace que el alma sea lo que debe ser, es decir, buena y perfecta. Ambas, virtud y felicidad, constituyen el auténtico fin que el hombre persigue y estas sólo pueden ser alcanzadas mediante el verdadero conocimiento, que es el autoexamen, la autocomprensión que constata la propia ignorancia elevando al hombre a una renovada conciencia de la propia limitación en un proceso sucesivo de permanente perfeccionamiento.
b) Virtud: (arete) La virtud se identifica con la sabiduría en cuanto capacidad de autodominio o gobierno de sí (enkratéia), constante, metódica y que resulta de la conquista del espíritu mediante la inteligencia y la voluntad unidas recíprocamente. Debemos sumarle a esto la templanza (sofrosine) entendida como equilibrio, serenidad, moderación, vieja expresión que sirvió a los antiguos pensadores como Sócrates, para no dejarse arrastrar por el poder. Los sofistas, a quienes el pedagogo de Atenas contrapunteo, tenían el afán de poder y dominio; la ética socrática, en cambio, representa la posibilidad humana de una praxis específica que convierta el afán de poderío en la fuerza que transforme la propia naturaleza en naturaleza ética. De este modo la vida socrática, no busca el poder ni el dominio de los demás, no pretende adquirir cosas, ni vencer un destino externo. Más bien renuncia a todo signo de poderío y posesión, e incluso, si fuera necesario, renuncia a la vida misma en beneficio de la virtud y el honor moral.
c) Ciencia: Es saber, pero un saber obrar bien. La virtud y la felicidad son una misma cosa y la virtud en el hombre consiste en no ser más que lo que hace que el alma sea lo que debe ser, es decir, buena y perfecta. Ambas, virtud y felicidad, constituyen el auténtico fin que el hombre persigue y estas sólo pueden ser alcanzadas mediante el verdadero conocimiento, que es el autoexamen, la autocomprensión que constata la propia ignorancia elevando al hombre a una renovada conciencia de la propia limitación en un proceso sucesivo de permanente perfeccionamiento.
Bibliografía:
Campillo,
Neus (1976) Sócrates y los Sofistas.
Valencia: Dpto. de Historia de la Filosofía
Platón
(1974) Diálogos. Barcelona: Bruguera
Rodríguez,
José (2006) Sócrates. México: editores
mexicano unidos.
Reale, Giovanni, Antíseri, Darío (2007) Historia de la Filosofía. Bogotá: San
Pablo
2 comentarios:
Excelente.
Muchas gracias Prof. Guillermo S.
Excelente.
Muchas gracias Prof. Guillermo S.
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